Llevamos 2 años casados, así que llevábamos casi 2 años intentándolo porque nos hacía mucha ilusión, queríamos de verdad ser padres, sin embargo, mis reglas irregulares hacían casi imposible que me quedara embarazada. Fui al médico, al ginecólogo, estuve 1 año en tratamiento con Utrogestán, y nada, no había manera. La verdad es que cada vez sentíamos más la presión a la hora de tener relaciones; aunque fuera en el subconsciente no dejábamos de pensar en ello, y ver cómo otras personas de nuestro entorno tenían bebés no nos hacía nada felices. Yo no dejaba de preguntarme por qué yo no podía; se pasa mal, bastante mal. De hecho sentía tanto la necesidad de cuidar a un bebé que me compré un perrito, un labrador de color canela, precioso. Además, al tener las reglas irregulares, nunca sabía si podía estar embarazada o no, y casi cada mes me compraba un test de embarazo para después quedarnos con la ilusión en las manos al ver que las rayitas no nos daban buenas noticias. Finalmente, el médico consideró que teníamos que visitar al especialista en fertilidad, y nos citó para el 27 de agosto del año pasado (2010). Fuimos allí con la esperanza de que con un leve tratamiento me quedaría embarazada seguro. Entramos en la consulta, nos hicieron muchas preguntas, nos prepararon muchas pruebas y análisis, y la especialista pasó a hacerme la citología, y luego me tumbé en otra salita para hacerme una ecografía, y allí, tumbada en la camilla, dice la especialista "uy", y yo le digo asustada "¿qué?" y me responde... "¡pero si estás embarazada!". Inmediatamente empezaron a salir lágrimas de mis ojos, ¿de verdad acababa de oir aquellas palabras? Entonces le dijo a la enfermera "dile al papá que entre", y mi marido que oyó aquello se quedó petrificado. Entró por fin conmigo y lloramos juntos mirando en la pantalla una burbujita diminuta, nuestro bebé de 7 semanas que medía 5 milímetros y medio. La especialista nos dio la enhorabuena y nos dijo que había sido como un milagro ya que yo no ovulaba casi nunca. Así que salimos de la consulta con nuestro milagro y nuestras lágrimas, ya que yo no pude dejar de llorar hasta que llegué a casa de mi madre. No me olvidaré nunca de ese día, de ningún momento de ese precioso día. Mi madre empezó a saltar por el pasillo y a reirse, a correr de un lado a otro de la felicidad. Mi marido se tuvo que ir a trabajar, y yo me quedé con ella todo el día. Entonces llegó mi hermana (4 años mayor que yo) y cuando se lo dije empezó también a llorar, y se fue corriendo a comprarme una revista, Embarazo Sano, porque cuando ella quedó embarazada yo también le compré una enseguida en Madrid (por aquél entonces yo vivía en Madrid). Al cabo de un rato llegó mi tía y cuando se lo dijimos se fue en seguida a comprar el primer faldón para el bebé, lo cual recibí con mucha extrañeza, qué sabía yo de faldones, de tallas, de colores, ¡de nada! Dios mío, ¡todavía no me había hecho la idea de que iba a tener un bebé! Estuvimos todo el día hablando y hablando, mi hermana, mi madre y yo, que somos como una piña. A las 7 llegó mi marido y fuimos a su casa para darle la noticia en persona a mi suegra, que también se alegró muchísimo y soltó algunas lagrimitas. Llegamos a casa de noche, emocionados, desconcertados, felices, y apenas pudimos dormir.
Sé que muchas madres esperan a los 3 meses a dar la noticia a los demás, pero yo no pude esperar, estaba de casi dos meses y se lo contamos a todo el mundo, ¡a todos! Me negué por completo a pensar en lo malo, a pensar en que hasta los tres meses el embarazo no es seguro del todo. No, mi bebé estaba dentro de mí creciendo, y así iba a seguir siendo hasta el día de su nacimiento.
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